13 de julio de 2010

Llamado a la imaginación

A diario aprendemos a soñar con universos paralelos, lugares que si bien se acercan milimétricamente a nuestra realidad llegando a veces a camuflarse y confundirse, a diversificarse y expandirse, por lo general tras un lago suspiro volvemos a poner los pies en la cabeza. Toda idea preconcebida, ese pasado lineal de una historia narrada a través de los errores que todos cometemos se convierten en la herramienta que juzga lo que está bien o mal aprender.
La mayoría de las veces, por seguir todo lo preestablecido, por tan sólo luchar por un pequeño espacio dentro de la eternidad que propone la comodidad ante el devenir, damos mayor importancia a aquello que parece estable, a aquello en donde se esquiva el miedo a lanzarse al agua, a dejar la jarra de jugo vacía. Entonces es cuando nuestra limonada, tras haber estado días y a veces semanas guardada en la nevera empieza a ser la cuna de hermanos del reino fungi: ya toda la pulpa de la fruta ha caído lentamente al fondo del recipiente y tan sólo quedan unas pocas moléculas disueltas en el líquido que poco a poco se va volviendo más desagradable; aparecen unos colores insospechados pero sospechosos, unos olores desconocidos, lejanos, venidos de otras lenguas, de otros mundos (pero siempre son de este)... por lo que al fin y al cabo, tras haber fruncido el seño al ver el desastre del olvido, seguido del gesto que proviene de las entrañas y que sube por la garganta entreviendo todo su disgusto en una pequeña bocanada de aire que se quedó atascada a mitad de camino, tan solo deja posibilidad a la irritación de la garganta que se manifiesta con disgusto emitiendo un sonido apagado que nos hace recordar cada vez que hemos vomitado; nuestra mano toma fuerza y tira por el desagüe, por el agujero negro, todo el contenido del reino del limón en su comunión postmortem con el agua.
Nosotros mismos censuramos nuestra imaginación. La creatividad parece estar en manos de unos pocos que tienen un carnet que los llama artistas. Pero no, los horizontes se abren para todo aquel que los busque, para todo aquel que se tome el jugo con el que le llenaron el recipiente dejando espacio para que pueda entrar otro jugo, tal vez de una fruta extraña o desconcida, tal vez de un salpicón del parque Nacional, o el sorbete de banano de doña Graciela.
No podemos permitirnos el ser poseídos por una realidad impuesta, o mejor por una forma de comprender la realidad que sea impuesta. No podemos desconocer lo que hay, tanto en sus más grandes extenciones como en sus más pequeños detalles. En el agua está todo el universo, al igual que en la mano se descifran todos los estados del cuerpo y los movimientos del pensamiento. La única forma de cambiar una realidad es convirtiéndola en la base, en la raíz del árbol de la imaginación.
Acerquémonos a provar de las dulces frutas, hay de todas las variedades: tamaños colores, sabores, olores.... está el teatro, la poesía, la pintura, la música, el cine, los títeres, los tejidos y las artesanías.... qué fruto no es posible en ese árbol?
Pero bueno, es una planta que apenas estamos sembrando, una planta que si no cuidamos se nos muere de frío, o hambre o sed.

5 de julio de 2010


















El lugar donde se desarrolla nuestro proyecto es Tiguaque, una calle dentro del barrio J. J. Rondón situado en la periferia sur oriental de Bogotá. Hace parte de la localidad de Usme, al límite de San Cristóbal, por lo que su posición real es indefinida. Además, está alejado de los centros de localidad, por lo que queda aún más excluida.




Las condiciones de este barrio limitan el aprendizaje al no brindar los espacios suficientes ni adecuados para tal fin. Por otro lado, la forma de enseñanza tanto por parte de los profesores del colegio como por parte de la familia, no suple a través de espacios inmateriales (como la creatividad y la imaginación) esta carencia mencionada anteriormente.

















Creemos posible la transformación del espacio (material e inmaterial) y con ello buscamos modificar la condición de vida.